El único consuelo que me quedó tras el arsenal de estatuillas que blindó el cierre de la trilogía del Señor de los Anillos es el de aliarme con sus seguidores en la causa Oscars. Ninguno de los defensores a capa y espada de las hazañas de los hobbits renegará de los once Oscars otorgados al Retorno del Rey, es más, los utilizará siempre que pueda como sello de discoteca para revalidar su discutible calidad frente a los que no comulgan con su filosofía. No existen pues argumentos empíricos para constatar si las películas premiadas o con una ristra de nominaciones son las mejores. Sin embargo, el camino del aficionado al cine es largo y, si se pretende bucear en las películas de antaño, no está de más mirar a modo de código de barras cuántos Oscars obtuvo West Side Story o La Guerra de las Galaxias, y al acabar de verlas soltar el consabido "pues no es para tanto", porque pese a que en el lote siempre toca esnifarse telefilms que aburren a los telefilms, o adaptaciones plomizas de novelas inglesas, al final aparecen perlas que uno no habría recolectado si no hubiera sido cegado por el brillo dorado del Oscar. Por otro lado, es curioso cómo la historia ha marcado con las letras rojas de prestigio a las películas, directores, actores que nunca estuvieron allí, revitalizando irónicamente el mito del Oscar, es más poética que injusta la omisión de Alfred Hitchcock o Cary grant en la lista de ganadores de la estatuilla, sin embargo no es lícito y se llama allanamiento de morada el presentarse en casa de Ron Howard y exigirle que devuelva su Oscar, en beneficio de los que aún creemos que una peli de Oscars puede ser hasta buena
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